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Una explosión controlada pone fin a un navío vendido como chatarra

El último portaaviones de Brasil yace en el fondo del mar tras una odisea alucinante que ha durado seis meses e incluye haber cruzado el Atlántico de ida y vuelta a remolque.

Unos 15.000 kilómetros recorrió un navío que se puede resumir en cifras: 265 metros de eslora, 33.000 toneladas de peso y capacidad para transportar 40 aeronaves.

Vigilado por una fragata, estaba mar adentro en línea recta frente a Recife (Pernambuco). El mayor buque de la flota brasileña era pura chatarra.

Una bomba ambiental con toneladas de amianto y otros componentes tóxicos. Deshacerse de lo que quedaba del portaaviones São Paulo, que ha sido una auténtica pesadilla para la Marina brasileña.

Este viernes por la tarde lo hundió a 350 kilómetros mar adentro, en una zona de más de 5.000 metros de profundidad.

Submarinistas militares colocaron los explosivos con los que fue volado en aguas brasileñas, en el linde con aguas internacionales.

La historia del navío; Brasil hunde portaaviones

Este es un navío de segunda mano que Brasil le compró a Francia en 2000. Botado en 1959 con el nombre de Foch, estaba a muy buen precio.

Las peripecias actuales sorprenden menos a los que sabían que tenía un navío gemelo, el Clemenceau, de la Marina francesa, que también tuvo un final errante por varios países a causa del amianto. Acabó en un astillero británico.

El camino del brasileño hacia el desguace empezó a torcerse de verdad en agosto pasado. La empresa turca Sök Denizcilik lo había comprado por dos millones de dólares (1,9 millones de euros) con el plan de despiezarlo en un astillero de su país.

Tirado por un remolcador, el portaaviones puso rumbo al Este hasta que, a punto de enfilar el estrecho de Gibraltar y al calor de una campaña de ambientalistas, llegó la decisión que cambiaría su destino final.

Turquía retiraba el permiso de atraque tras ser alertada por Basel Action Network y otras ONG que vigilan que los navíos sean eliminados de manera sostenible. La primera estima que llevaba 300 toneladas de materiales peligrosos.

Se intentó mantener el portaaviones y hacer un museo, pero esto no resultaba buena idea, y mantenerlo en el mar no era lo mejor, pues estorbaba el paso de otros barcos.

Estos últimos días, un pequeño avión sobrevolaba cada mañana y cada tarde el portaaviones para inspeccionarlo, hasta que después de mucho, Brasil decidió hundir el portaaviones.

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