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El escritor tanzano, refugiado en el Reino Unido desde finales de los sesenta, se alza con el nobel de literatura. Es el quinto africano distinguido por la Academia Sueca

Empezó a escribir a los 21 años como un joven refugiado tanzano en Reino Unido y hoy, a los 73 años, cuando estaba en su cocina, recibió la llamada de la Academia Sueca para informarle de que había obtenido el máximo galardón literario, y según ha confesado, pensó que era una broma. Pero no, unas horas después, en Estocolmo, se hacía público que el Premio Nobel de Literatura, dotado con 10 millones de coronas suecas (unos 985.000 euros), ha recaído en el tanzano Abdulrazak Gurnah, “por su conmovedora descripción de los efectos del colonialismo en África y de la suerte de los refugiados, en el abismo entre diferentes culturas y continentes”.

La sorpresa fue notable y no solo para el autor, quien, a diferencia del keniata Ngũgĩ wa Thiong’o, estaba fuera de las listas y de las quinielas. Incluso su editor en sueco confesó a la prensa local que nunca imaginó que Gurnah ganaría el premio. “Ha sido una sorpresa muy agradable, incluso para quienes seguimos la literatura africana de cerca”, explicaba por correo electrónico la profesora de la Universidad John Hopkins, Jeanne-Marie Jackson.

Nacido en 1948 en Zanzíbar, Gurnah llegó a Reino Unido a finales de los años sesenta, tras salir de su país en un momento en que la minoría musulmana estaba siendo perseguida. Había estudiado en la Universidad Bayero Kano en Nigeria, y desde allí se trasladó a la Universidad de Kent en Canterbury, donde obtuvo su doctorado en 1982. Escribe en inglés y hasta la fecha ha publicado 10 novelas, como Paraíso (1994), nominada al Booker Prize y al Whitebread Prize; By the Sea (2001) y Desertion (2005). Sus últimos títulos, Gravel Heart (2017) y Afterlives (2020) recibieron el elogio de la crítica en Reino Unido.

Al español solo han sido traducidos tres de sus libros. El más reciente y todavía disponible es En la orilla (2003) —lanzada por el ya desaparecido sello Poliedro—, que narra la historia de dos refugiados africanos en Reino Unido, que han dejado atrás Zanzíbar. Las otras dos novelas traducidas están descatalogadas, editadas por el también desaparecido sello El Aleph: Precario silencio (1998) y Paraíso (1997). Gurnah ha desarrollado su carrera en el mundo anglosajón, aunque como ha recordado su editora inglesa de Bloomsbury, Alexandra Pringle, tampoco allí se le reconocía como una estrella: ”Es uno de los más grandes escritores africanos vivos y nadie nunca se ha fijado en él y es algo que me estaba matando”.

Lo mismo le pasó en España. “Nada, unas ventas paupérrimas, poco más de 900 ejemplares, quizá 1.100 como mucho: sabía que no funcionaba comercialmente, que es de los libros que no pagan salarios, pero sí que hacen catálogo… Pero así terminé, cerrando la editorial por publicar autores de este tipo”, recuerda hoy, igualmente feliz, Julieta Lionetti, la editora en castellano de En la orilla, el único libro del flamante Nobel tanzano que puede encontrarse azarosamente hoy en alguna librería española, ejemplares remanentes de los que publicó en 2003 en su sello Poliedro, que cerró en 2010, según informa Carles Geli.

Lionetti sabía lo que podría ocurrir, porque Abdulrazak Gurnah no había cosechado mucho eco cuando unos años antes se atrevió a publicarle Paraíso (1997) y Precario silencio (1998), ambos en El Aleph, donde trabajaba entonces. “Llegué a él por el olfato de una agente literaria inglesa, Deborah Rogers, que tenía autores nuevos de gran calidad y que creyó que encajaban con nuestra editorial”. Lionetti, a sus 67 años, tiene bien presente qué le subyugó del autor, algo muy alejado de las razones que ha esgrimido la Academia Sueca para la concesión.

“Yo disiento: Gurnah no escribe sobre el colonialismo ni el poscolonialismo, sino que es un autor que aborda el exilio, la decadencia de la memoria con relación a donde uno nació y creció y se formó cognitivamente; yo, como exiliada, me identifiqué plenamente”, asegura quien dejó su oficio de periodista en Buenos Aires por la dictadura. ”Su elección demuestra que en el Nobel aún hay gente que lee y es así porque exilio y memoria son los bellos temas de Gurnah… y por ellos es universal”.

Ahora el premio Nobel cambia las cosas, y el galardón otorgado a Gurnah parece coincidir con la promesa que hizo la Academia Sueca —tras la intensa polémica que agitó al comité, las denuncias de abusos sexuales y filtraciones que llevó a su renovación— de ampliar sus horizontes geográficos. De los 118 galardones entregados desde la creación del premio en 1901, en 95 ocasiones lo han recibido autores europeos o norteamericanos.

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La brecha de género también ha sido notable: el Nobel de literatura ha distinguido a 102 hombres y 16 mujeres, —dos de ellas premiadas en los últimos años, en 2018, Olga Tokarczuk, y en 2020 Louise Glück—. Gurnah es el quinto africano que consigue el Nobel, después de Wole Soyinka (1986), Naguib Mahfouz (1988), Nadine Gordimer (1991) y J M Coetzee (2003).

Esta semana desde la Academia insistieron en que el “mérito literario” seguía siendo el criterio “único y absoluto” que guía al comité, pero tratar de abstraer el Nobel del contexto social y político del presente resulta siempre difícil. El premio concedido al austriaco Peter Handke en 2019 generó encendidos debates sobre la relación entre autor y obra, entre vida y posturas políticas y trabajo literario.

De vuelta al caso de Gurnah, el Nobel, como ya hiciera en otras ocasiones, presenta al gran público a un autor apenas conocido. “Es un escritor que tampoco es tan conocido en Tanzania, cuesta encontrar sus libros allí, y, frente a otros como el keniano Ngũgĩ wa Thiong’o que escribe en kikuyu y tiene todo ese teatro social, Gurnah escribe en inglés y sus temas son otros”, explica el africanista Chema Caballero, cofundador de la colección Libros del Baobab. “Sus libros abordan las historias, por ejemplo, de los indios que se asentaron en el África Oriental y la colonia alemana en Zanzíbar”.

La mezcla cultural de África que Guhnar trata es uno de los puntos que el comité sueco destacó. “Sin duda ahora se hablará de él como escritor tanzano, pero eso es solo parcialmente verdad”, señala Jackson, la profesora estadounidense. “Su trabajo es profundamente zanzibarí, y muestra cómo esa increíble mezcla de culturas marca a unos personajes que nunca acaban de encontrar su hogar”.

Así, uno de los conflictos recurrentes en sus libros es la tensión que experimenta un refugiado entre ser aceptado y rechazado, entre echar de menos el hogar y sentir alivio por dejar atrás un régimen autocrático. “Imaginativamente estás dividido, espacialmente también; y esto no tiene por qué ser una tragedia, pero plantea problemas intelectuales y físicos”, explicaba el autor en 2017 en una entrevista en Financial Times.

Gurnah ha indagado en la ambivalencia que genera la problemática y compleja herencia colonial. Ha hablado de la dificultad que implica “relacionarte con ese legado y abrazar algunos aspectos sin perderte, porque en lo más profundo se trata de un discurso que empequeñece tu cultura colonizada”. También ha escrito y editado ensayos sobre literatura poscolonial.

En sus textos ha analizado el trabajo de otro Nobel, V.S. Naipul, y del eterno candidato al premio de la Academia, Salman Rushdie —sobre el que también ha publicado un libro introductorio a su trabajo, Companion to Salman Rushdie (Cambridge University Press, 2007)—. Pero quizá en las ficciones del Nobel 2021 lo que más resuena es ese exilio en Reino Unido del que escribió el Nobel sudafricano J M Coetzee, en Verano. “Es un escritor silencioso que está en constante búsqueda, preocupado de una forma íntima por los efectos que tiene el movimiento transoceánico de gente de una región marcada por sus muchas permutaciones históricas”, explica Jackson. Para muchos será el descubrimiento del año.

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